viernes, 10 de octubre de 2008

¡Pobre Montesquieu!

Una de las cosas que suele caracterizar, al menos en teoría, a las democracias modernas es la separación de poderes. Pero en eso, como decían los gabachos, todavía África empieza en los Pirineos.
Resulta vergonzoso como los miembros de un órgano como el CGPJ son designados, bajo pactos previos, a dedo por los partidos políticos. No resulta extraño, por tanto, que la casta política sea prácticamente intocable en puestos más allá de un ayuntamiento (para eso también tienen leyes específicas, como no). Y lo más simpático del asunto es que esta corrupta relación de amor es consentida por ambas partes: España es el único país desarrollado en el que, curiosamente, no se ha dado nunca un caso de corrupción judicial.
Ni siquiera merece la pena comentar la labor de ese puesto de comisario político llamado "fiscal general del estado". En concreto, al que tenemos ahora sólo le falta ir de verde y con una gorra con estrellita roja. Si alguien le encuentra sentido a que el jefe de la fiscalía española sea un cargo político, que lo diga ...
Así van las cosas como van. Hay delegados del gobierno que ordenan detenciones (algo típicamente democrático), como en el caso de las "agresiones" al Bono que no canta en U2; De Juana Chaos cumple o no el resto de su condena en función de los intereses del Gobierno en cada momento; los partidos políticos son legales o no bajo ese mismo criterio ... también se aplica para detener al otrora "hombre de paz" Otegui.
¡Y yo que pensaba que ahora este tipo de cosas sólo pasaban en China o en Cuba!